En sus discursos públicos, la presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, ha evitado tocar los graves problemas que padece la economía estadounidense. Cuando a mediados de septiembre el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés) tomó la decisión de mantener la tasa de interés de los fondos federales (‘federal funds rate’) entre cero y 0,25 por ciento, el blanco de las preocupaciones de Yellen se dirigió hacia China y el endeudamiento de las economías emergentes.
De acuerdo con la presidenta de la Reserva Federal, el proceso de recuperación de la economía norteamericana se venía consolidando con fuerza desde mucho tiempo antes. Y, por lo tanto, si el FOMC no elevó el costo del crédito se debió sobre todo, a su elevado nivel de “compromiso” y “responsabilidad” con el resto del mundo.
Sin embargo, la verdad es que la economía de Estados Unidos no se caracteriza precisamente por gozar de plena salud. Sucede que los datos del mercado laboral publicados durante los 12 meses previos a marzo de 2015 no son tan robustos como presumió la Reserva Federal: el Departamento del Trabajo reconoció recientemente que sobrestimó en por lo menos 255.000 los empleos producidos por el sector privado.
Por otra parte, durante el mes de septiembre la nómina no agrícola sumó únicamente 143.000 empleos, muy por debajo de los 200.000 esperados. El mayor revés lo padecieron los sectores vinculados con el comercio exterior y la energía. El alza del dólar, la caída de los precios de las materias primas (‘commodities’) y la extrema debilidad de la demanda global precipitan el deterioro estructural de la economía estadounidense.
Las malas noticias no terminan ahí: las cifras de los puestos de trabajo generados en julio y agosto también se revisaron a la baja. Ahora se sabe que en agosto solamente se crearon 136.000 empleos, y no 176.000 como se apuntó originalmente; mientras que en el mes de julio se generaron 21.000 empleos menos de los que se contabilizaron en la revisión previa.
Por lo tanto, con los datos actualizados por el Departamento del Trabajo, en Estados Unidos se registraron un promedio de 167.000 nuevos empleos entre julio y septiembre, un monto que representa menos del 65 por ciento de los 260.000 que se crearon mensualmente durante el último año.
Las políticas de la Reserva Federal no son capaces de sacar adelante por sí solas a la economía. Yellen apostó todo a que si la población desocupada disminuía, entonces los grandes empresarios se verían presionados a incrementar los salarios, con lo cual, aumentarían también el poder adquisitivo de las familias y el nivel de precios (inflación).
Sin embargo, eso aún no ha ocurrido. Mientras que la tasa de desempleo cayó del 5,7 al 5,1% entre enero y septiembre del año en curso, las remuneraciones salariales por hora apenas se incrementaron un 2,2 por ciento en términos anuales el mes pasado, todavía muy lejos de los niveles alcanzados antes de la crisis, cuando se registraban aumentos por encima del 4 por ciento. La inflación, por su parte, no ha conseguido alcanzar el 2 por ciento en más de 3 años, el objetivo del banco central estadounidense.
Por lo tanto, hoy está claro que la caída de la tasa de desocupación de los meses recientes obedece más a la disminución de la tasa de participación laboral –como consecuencia de la desesperanza de miles de estadounidenses–, y menos a la creación de empleos de calidad y a largo plazo: el viernes 2 de octubre se anunció que en septiembre 350.000 personas abandonaron la búsqueda de trabajo. No hay vuelta atrás: en Estados Unidos el crecimiento del empleo se sumergió en el estancamiento.
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