En la industria de la carne, las cerdas madres están encerradas en pequeñas jaulas de gestación durante y después del embarazo. Estas jaulas son tan pequeñas que las madres solo pueden pararse o acostarse y nunca tendrán la posibilidad de darse la vuelta. También se ven obligadas a comer y defecar en la misma jaula.
A las conejas madres criadas para carne también las amontonan en pequeñas jaulas, sin apenas espacio para moverse, negándoles la posibilidad de adoptar una postura normal, como acostarse estiradas, pararse con las orejas erguidas o levantarse para explorar sus alrededores.
Las gallinas, como las serpientes, pueden poner huevos no fertilizados sin un gallo. Aunque las gallinas utilizadas para obtener huevos no son técnicamente madres, de todos modos consideran esos huevos no fertilizados como huevos normales, regulares y fertilizados. Por eso, muchas gallinas tienen la necesidad emocional de incubar sus huevos, fertilizados o no, y mantenerlos calientes y protegidos.
Sin embargo, en la industria de los huevos, se les niega esta necesidad. En vez de eso, se las obliga a vivir de 1,5 a 2 años hacinadas en pequeñas jaulas de batería en las que no pueden extender completamente sus alas ni caminar.
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